Desde la prehistoria y durante millones de años hemos
corrido descalzos -como mamíferos al fin- o también calzados mínimamente con
sandalias, mocasines, entre otros, pero con el transcurrir de la evolución
hacia la civilización aunado a los vertiginosos avances tecnológicos el hombre
-como especie- desarrolló los zapatos con el objeto de protegernos de la
intemperie, tener estilo y quizás un mejor “confort”. No obstante, con el uso
frecuente de los «zapatos» hemos perdido paulatinamente la percepción del suelo
y peor aún la percepción de nuestro propio cuerpo.
Nuestro pie desde una postura darwinista está diseñado
para correr largas distancias descalzo; su articulación subastragalina absorbe
los impactos como el amortiguador de cualquier automóvil, su sistema de
articulaciones y ligamentos dispersan y dirigen la carga durante la compleja
marcha. Así pues, aunque probablemente podamos considerarla como la mayor
máquina de ingeniería que se ha diseñado, este logro también tiene sus límites.
El pie está diseñado para estar descalzo pero sus tejidos no están preparados
para materiales tales como el asfalto, cemento, vidrios o cualquier otro
desecho que nos encontramos en los caminos que hemos construidos. Imaginen si
el asfalto digiere literalmente el caucho de los neumáticos, ¿qué no puede
hacer con una sencilla y mínima dermis?
Entonces todos recordamos qué el etíope “Abebe Bikila
corría descalzo”, y que además fue el primer africano en conseguir una medalla
de oro en unas Olimpiadas en la mítica maratón, pero además hay que considerar
que este súper-atleta tenía un pie casi ideal y presentaba una capa de un dedo
de piel, grasa y tejido fibroso como consecuencia de que se calzó por primera
vez unos zapatos en el ejército con casi 20 años de edad. Su organismo se
‹adaptó› en una superficie natural de caminos de tierra y piedra desde que era
un bebé. Y esto es extrapolable a todos nosotros los humanos, la adaptación.
Hoy en día aún existen tribus como los tarahumaras y según su propio endónimo rarámuri que etimológicamente significa "pie corredor" y en un sentido más amplio “los de los pies ligeros”, haciendo alusión a la más antigua tradición de ellos: correr, continúan corriendo como antes, sólo con la mínima protección y distancias muy largas.
Los kenianos por su parte, han sido, son y seguirán siendo los máximos representantes del atletismo de medio fondo y fondo a nivel mundial y con más del 40% de ellos viviendo bajo la línea de pobreza, desde la infancia hay un detalle prácticamente constante: corren descalzos hacia la escuela, acumulando kilómetros cada día para ir y venir de ella. Entonces cuando deciden
convertirse en un atleta profesional en busca del éxito, lo cual le puede
suponer garantizar su futuro y el de su familia, sus pies están preparados para
soportar entrenamientos increíblemente voluminosos y por demás intensos.
Ahora bien, todos sabemos que correr es un deporte cíclico
y de impacto, y no hablamos de uno o dos impactos, el gesto se repite una y
otra vez a una media de 100 zancadas por minuto, por lo que una hora de rodaje
se convierte en 6000 impactos para nuestros pies y demás articulaciones
involucradas en el movimiento. Nosotros los mortales del asfalto «corredores
aficionados» más que adaptados estamos acostumbrados al confort y estilo que
nos brindan los zapatos.
Desafortunadamente, los estudios sugieren que al menos
el 30% de los corredores se lesionan cada año, y muchas de estas lesiones se
derivan de los problemas que surgen en el pie. Aunque, tampoco podemos juzgar
completamente al zapato como la causa de estas lesiones, pero si es necesario
considerar que la mala técnica de carrera o la errónea elección de modelo que
no se ajuste a nuestras necesidades anatómicas, el cambio de un calzado gastado
a uno nuevo, entre otros factores pueden originar o agravar un punto débil en
nuestra morfología.
Sin embargo, el hombre en su constante búsqueda ha
desarrollado toda una corriente respecto al tema desde hace mucho tiempo y,
aunque no hay conclusiones generalizables, con cierto entrenamiento parece que
correr descalzos (o con las llamadas zapatillas minimalistas) mejora la entrada
en contacto del pie con el suelo (evita pisar directamente con el talón y lo
lleva a la parte media) y podría prevenir lesiones. Incluso en algunos casos
podría hasta beneficiar el rendimiento, pero se antoja algo preliminar y
particular: parece que hay personas que podrían beneficiarse, pero en otras
aumentaría dramáticamente el riesgo de lesiones. Digamos que es algo que no es
para todos.
Una gran manera de
aprender a correr con el antepié es tratar de hacerlo primero descalzo sobre
una superficie suave como la grama, una pista o incluso una carretera
pavimentada sin problemas. ¡Tu cuerpo rápidamente te dirá qué hacer! Pero hasta
que desarrolles una buena técnica y construyas callos en los pies (cosa difícil
de lograr en el asfalto, ya que este funciona como una piedra pome), tendrás por
lo menos que calzar un zapato minimalista u otras novedosas tecnologías que
permiten correr lo más natural posible.
Está claro que el
minimalismo está bien, pero dependerá de la superficie también. En terrenos
planos y sin muchas piedras podremos intentar correr descalzos o con lo mínimo,
en cambio en el asfalto y aún más en la montaña tenemos la necesidad de
protegernos contra el frío, calor, las piedras y otros objetos punzó
penetrantes, pero es importante que comencemos a pensar en regresar a lo
básico para correr.
Recuerden: ¡Correr es de locos, pero nos hace libres!
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